viernes, 13 de agosto de 2010

Señora…. ¿Presidente o Presidenta?.


Publicado en Mujeres de Empresa en diciembre de 2007
Enlace para acceder a la nota completa:
ttp://www.mujeresdeempresa.com/sociedad/071201-presidente-o-presidenta.asp

  Es un hecho histórico. Por primera vez, en la Argentina una mujer llega a la Presidencia de la Nación  por votación directa.  Y junto con el punto de inflexión que este hecho marca , comienzan a hacerse evidentes algunas señales que muestran “eso” que tenemos tan arraigado y que empieza  muy saludablemente a no ser posible disimular. 

El Presidente saliente, en su amable discurso hacia los invitados,  se dirigió muy circunspectamente  a “los Presidentes de Latinoamérica”. Y cuando lo dijo, algo le sonó mal porque se quedó un poco cortado e hizo un silencio, como si sintiera que estaba excluyendo a alguien. Y tuvo necesidad de aclarar: Presidentes y Presidentas.

El gesto sonó simpático,  y  seguramente fue hecho desde la mejor intención. Aunque no era idiomáticamente necesario. 

 El  Presidente Kirchner tuvo necesidad de aclarar, de lo que es posible inferir que el Presidente sintió lo mismo que sentimos las mujeres cuando  habitualmente en un discurso (científico, religioso, político, o cualquiera) se usa el masculino plural para hablar de toda la humanidad poniendo en acto la ecuación  Hombre = hombre.

Ecuación  muy distinta a Humanidad = hombres + mujeres.

 Y ese gesto es una buena señal. ¿de que?  De que se empieza a percibir socialmente  eso tan sutil  que por ser habitual se siente como natural…..  y no es natural.    

 Un gesto mínimo que a la vez resume algo tan enorme como varios miles de  años de historia: los espacios de poder han sido históricamente masculinos,  y esto está internalizado al extremo que aún cuando el idioma nos permite utilizar un término que  representa poder e incluye a los dos sexos,  tal como es el término presidente,  tenemos necesidad de aclarar, e inventamos un neologismo ahí donde no es idiomáticamente necesario.

Y digo tenemos, porque esa necesidad no  es exclusiva del Presidente Kirchner. Todos los medios hablan de Presidenta, y no creo que sea por falta de información gramatical. Y no está bien ni mal, solo muestra algo: Cuando se tiene tanta necesidad de  inventar un término que no sería necesario, tal vez es porque se está hablando de otra cosa.

 ¿Por qué no alcanza con decir  “La Presidente”?

 La respuesta  no es obvia: hay una ecuación que mediante este recurso se intenta desarmar:  Presidente = hombre.

 Desde esa ecuación imaginaria, no se puede ser presidente si se es mujer.   Entonces, si se es mujer y presidente debe haber algo que marque la diferencia. Aunque la lengua  y la Constitución autoricen  a hablar de Presidente en ambos casos.

Y esto es lo que señala el neologismo: un recurso del imaginario social…que a la vez que soluciona…..se hace trampa. Se hace trampa ahí donde parece encontrar solución.

 Al inventar el término “Presidenta”, cede en las palabras  y convalida que  “Presidente”  solo puede ser un hombre.

Y,  ceder en las palabras,  es ceder en el terreno mas Sutil, y por lo tanto  en el terreno mas poderoso.  Y  eso, siempre es  antesala de ceder en los hechos. 

Elina Duprat

sábado, 7 de agosto de 2010

Tecnologías ocultas: El pensamiento Crítico*

Virginia APGAR y el Punto Arquimédico.


Cuenta la leyenda que Arquímedes, orgulloso por su descubrimiento de la palanca, exclamó: ¡dadme un punto de apoyo y moveré el mundo!
La idea, en realidad, es que una tarea aparentemente imposible puede lograrse, incluso con poco esfuerzo, si se da con el punto de ataque apropiado, el punto arquimédico en el que apoyar nuestra palanca.

Puede que para un problema concreto no exista tal punto, o puede que sea muy difícil de encontrar. Pero ha habido muchas ocasiones en las que una pequeña fuerza ha conseguido mover el mundo. Un ejemplo es el que voy  a contar aquí.

Cuando nace un bebé en cualquier hospital del mundo, una enfermera examina inmediatamente cinco cosas: Apariencia, Pulso, Gesticulación, Actividad y Respiración. Da una puntuación máxima de dos puntos por cada una y obtiene un número del uno al diez: el APGAR. Si usted tiene hijos pequeños, seguro que le suena esta palabra, y a lo mejor hasta recuerda la “nota” que sacaron al nacer.

Pocos saben, sin embargo, que APGAR no es en realidad un acrónimo, sino el apellido de la inventora de este sencillo baremo. Su historia encierra varias moralejas interesantes y  para apreciarlas, tenemos que remontarnos a mucho tiempo atrás.

A principios de los años 50 la mortalidad materna había descendido enormemente, pero no podía decirse lo mismo de la infantil. En los EE.UU., uno de cada 30 bebés a término moría durante el parto. El dato apenas había mejorado en un siglo.

Y aquí entra en escena nuestra protagonista. Virginia Apgar había nacido en 1909, y se graduó en medicina en 1933. Fue una de las primeras mujeres que se especializó en cirugía en los EE.UU. Pero ser pionera tiene sus inconvenientes. Cuando acabó su residencia, su jefe, catedrático de cirugía de la Universidad de Columbia, le sugirió que se dedicara a otra cosa: por muy buena cirujana que fuera, a una mujer le iba a resultar muy difícil encontrar pacientes.

Apgar no era el tipo de persona que se desanima con facilidad. Aceptó el consejo y se hizo anestesióloga. Unos años más tarde, había conseguido que lo que era entonces una especialidad de segunda tuviera departamento propio en Columbia (dirigido por ella).

A lo largo de su carrera anestesió a más de 20.000 pacientes. Le gustaban especialmente los partos. Pero allí descubrió algo que la horrorizó. Según cuenta Atul Gawande:

Los bebés que tenían malformaciones, eran demasiado pequeños o que simplemente estaban azules y no respiraban demasiado bien se registraban en la lista de mortinatos, se dejaban allí donde no se les viera y se les dejaba morir. Se consideraba que estaban demasiado enfermos para sobrevivir. Apgar no lo consideraba así, pero no tenía autoridad para desafiar las convenciones establecidas. No era obstetra, y era una mujer en un mundo de hombres.

Fiel a su estilo, hizo algo mucho más eficaz que indignarse y culpar al establishment. Consiguió dar vuelta el sistema por una vía indirecta. Apgar inventó una escala que medía el estado de salud del recién nacido: dos puntos si estaba completamente sonrosado, otros dos puntos por llorar, dos por respirar de forma profunda y vigorosa, dos por mover los cuatro miembros y dos si el ritmo cardiaco superaba las cien pulsaciones por minuto.

Cuando se publicó esta escala tuvo un efecto revolucionario. Su sencillez hizo que se adoptara con muy poca resistencia. Pero el hecho de “medir el Apgar” obligaba a observar meticulosa y sistemáticamente a cada bebé. La condición de los recién nacidos dejaba de ser algo intangible y subjetivo. Y enseguida esos números empezaron a recopilarse y compararse. Los médicos empezaron a competir por tener los mejores registros.

Apgar, además, estableció que su test debía realizarse dos veces: una al minuto del nacimiento, otra a los cinco minutos. Esto hizo evidente que bebés con un Apgar espantoso en el minuto uno podían reanimarse con medidas sencillas y sacar un buen Apgar en el minuto cinco. Pronto se intentaron medidas menos sencillas y surgieron las Unidades de Cuidados Intensivos neonatales.

También la rutina del parto ordinario cambió, introduciéndose los procedimientos que se demostraba que mejoraban el Apgar: anestesia epidural, ultrasonidos prenatales, monitorización del latido fetal… docenas de ajustes e innovaciones que se han incorporado a lo que hoy se llama a veces el “paquete obstétrico”.

La escala de Apgar es muy poco impresionante. Comparada con los antibióticos o las transfusiones, parece una trivialidad. Y sin embargo, fue lo que marcó la diferencia: lo que consiguió reducir la mortalidad infantil después de muchos años de esfuerzos, y sin necesidad de comités ministeriales, leyes de reforma o aumentos de presupuesto. Dio con una clave que movilizó el sistema en la buena dirección con un esfuerzo mínimo: un punto arquimédico.

El test de Apgar es un ejemplo de lo que Neil Postman llamaba tecnologías ocultas: procedimientos tan poco “materiales” y a menudo tan simples, que seguramente no los calificaríamos de tecnologías, pero que producen efectos muchas veces de más largo alcance que las tecnologías “obvias” (como, en este caso, los antibióticos o las transfusiones) y con mucho menos esfuerzo, al actuar en puntos críticos del sistema.

PSEUDÓPODO
Este post es parte del blog: Pseudópodo - http://pseudopodo.wordpress.com/

* El pensamiento crítico